Para los que creen que la Reforma es solamente las “cinco solas” o el
TULIP, es extraño el escuchar nombres como George Gillespie, la razón es simple, no conocen lo que es la reforma y los hombres que hicieron la reforma, aparte de Lutero y Calvino. La
Reforma es un movimiento teológico que influyó la sociedad, política y economía que incluye, no solo Calvino, pero a más de un
centenar de teólogos y eruditos que hicieron posible la sistematización de la teología
reformada, lo que otros erróneamente llaman “Calvinismo.”
¿Quién fue George Gillespie?
George Gillespie (1614-1648) fue uno de los extraordinarios y brillantes
ministros Escoceses Presbiterianos que participo en la Asamblea de Westminster.
Aunque su muerte prematura fue un golpe durísimo para los Escoceses y los teólogos
de Westminster, su memoria y libros hablan mucho de su gran capacidad
intelectual y pureza de las doctrinas originales de la Reforma. Fue considerado
el teólogo más completo para su joven edad. De entre sus masivas obras, su obra
que resembla la fuerza de la teología Reformada se titula “Una Disputa en
Contra de la Ceremonias Papistas.” En esta obra, Gillespie demuestra lo que es
la verdadera teología reformada en cuanto al principio regulador de adoración. Todo
el que se auto denomina “reformado” deberá leer esta obra. El poder de sus
argumentos fueron tales, que sus obras fueron quemadas por los prelados católicos
y Episcopales justo después que apareció en 1637. Gillespie ataca todas las
ceremonias de manufactura humana de origen Católico Romano, entre los cuales
esta “Christmas” o la navidad.
En este articulo presentare los argumentos que Gillespie usa para
demostrar que la celebración de la Navidad no tiene autoridad ni fundamento
Escritural.
El trabajo de Gillespie contiene un fuerte e inmisericorde asalto a las
ceremonias en general. En primer lugar, él argumenta en contra de su necesidad;
segundo, él disipa las nociones que son convenientes; tercero, demuestra su
ilegalidad; y cuarto, demuestra que no son indiferentes. En cada sección, él
elabora aplicaciones de los principios generales de las ceremonias específicas
que considera objetable. En concreto, él discute si es apropiado el arrodillarse
en el acto de recepción de la Cena del Señor, el uso de la señal de la cruz en
el bautismo, la confirmación, el suplicio, y los días festivos.
Las fiestas religiosas reciben una severa paliza en una serie de
aspectos que él desarrolla. Algunos de sus argumentos son los siguientes.
Gillespie cita a Knox para demostrar el principio regulativo de la
adoración. [1]. Según este principio, las fiestas religiosas del calendario deben
ser excluidos, ya que carecen de cualquier orden positivo en y desde las escrituras. Gillespie fundamenta su caso
en el segundo mandamiento. "El segundo mandamiento es moral y perpetuo, y nos
prohíbe a nosotros, así como a ellos el añadir e inventar, según la imaginación
de los hombres, practicas a la adoración de Dios.” Por lo tanto, "las importantes ceremonias
sagradas ideados por el hombre han de ser contados entre esas imágenes
prohibidas en el segundo mandamiento." [2]
Basado en Gálatas 4:10 y Colosenses 2:16, Gillespie señala el
fallecimiento de las fiestas ceremoniales bíblicas: "esos días habiendo
tenido el honor de ser, una vez nombrado por el mismo Dios, iban a ser
enterrados dignamente ...." "Si Pablo condenó la observación de las
fiestas que Dios mismo instituyó, entonces, mucho más él condena la observación
de las fiestas de imaginación de hombres. "[3]
Gillespie señala los orígenes supersticiosos y corruptos de las ceremonias.
Él proporciona numerosas referencias de las Escrituras para mostrar el deber
del pueblo de Dios para eliminar todos los restos de idolatría en medio de
ellos (Ex 34:13; Números 33:52; Deuteronomio 7:.. 5, 25-26; 12: 2-3.; Is.
30:22). Los opositores de Gillespie afirman que es suficiente el eliminar los
"abusos" de las ceremonias, pero no los propios ritos; pero Gillespie
responde que, a menos que estas ceremonias se puedan demostrar ser de uso
necesario puestos y autorizados por Dios, deben ser purgados completamente fuera
de la existencia. [4]
Además, las ceremonias no son simplemente los monumentos de la idolatría
pasada. Ellos siguen siendo utilizados por los papistas en su actual adoración
corrupta e idólatra. Por lo tanto, estos ritos son las mismas insignias de la idolatría
moderna y presente.
Así que, como arrodillarse ante el pan consagrado, hacer el signo de la
cruz, suplicio, días de fiesta, obispado, haciendo una reverencia al altar, la
administración de los sacramentos en lugares privados, etc. son las mercancías
de Roma, el bagaje de Babilonia, la chucherías de la prostituta, las insignias
del papismo, las insignias de los enemigos de Cristo, y los mismos trofeos del
Anticristo: no podemos cumplir, comunicar, y simbolizar con los papistas
idólatras, en el uso de la misma, sin que nosotros mismos nos hagámonos idólatras
por participación. [5]
A lo largo de su discusión, Gillespie toca sobre una implicación crítica
de toda la discusión: los límites del poder de la iglesia. Hablando de tiempos,
lugares y cosas, Gillespie señala: "La Iglesia no tiene poder como basados
en su dedicación a hacer [esos días] santos." [6] Los partidarios de fiestas
eclesiásticas frecuentemente hacen valer el derecho de la Iglesia para
instituir temporadas y observancias santas. Tal argumento suena a papismo,
porque otorga a la Iglesia un poder legislativo para promulgar nuevas
celebraciones, aparte de los que figuran en las escrituras.
Además, Gillespie señala otra tendencia alarmante. Las ceremonias
eclesiásticas se vuelven como sacramentos en su significado y uso. Las
ceremonias se hacen místicamente simbólicas, y los maestros eficaces de las
cosas espirituales. Las características simbólicas y didácticas de las fiestas
religiosas les hacen (falsos) sacramentos por el hombre.
Además, cuando la gente insta estas celebraciones con una finalidad
didáctica, socavan la suficiencia de las Escrituras.
Si tenemos en cuenta la forma en que la Palabra de Dios se nos fue dada "para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra:" no puede sino ser evidente cuan superfluo, cuan supersticiosamente
se da el oficio de sagrada enseñanza y significado místico a las ceremonias
tontas y sin vida, ordenados por los hombres, y en consecuencia cuan justamente
se les declara como adoración vana. [7]
Gillespie también observa cómo las fiestas eclesiásticas socavan la
verdadera distinción de día del Señor. "Sobre los días santo ellos ordenan
el cese del trabajo y una dedicación del día para el culto divino, como sucede en
el día del Señor." De hecho, "mandan el observarlos, ya sea si mantienen los
días del festival o no con más cuidado, e instan a la observancia de ellos con
más fervor que el propio día del Señor." "... Y mientras puedan
digerir la profanación común del día del Señor, y no oponerse a ella, no pueden
alejarse de la observancia de sus festividades." [8]
A modo de crítica práctica adicional, Gillespie da una palabra especial
en la juerga asociada con la Navidad: "la observación de algunos días del
festival se configura en lugar de la agradecida conmemoración de los beneficios
inestimables de Dios: pues la festividad de la Navidad hasta la fecha ha
atendido más a la lascivia bacanal que a la conmemoración del nacimiento de
Cristo ". [9]
Vemos cuanto ha cambiado el protestantismo y las iglesias Reformadas en
los últimos 400 años desde que Gillespie escribió su obra contra las fiestas de
manufactura humana. Esto es la verdadera posición Reformada en cuanto a la
Navidad. Piense y medite y preguntese, ¿Sigue las iglesias reformadas modernas a los reformadores originales?
Caesar Arevalo
Notas
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