INTRODUCCION
En
los años tumultuosos que siguieron la Reforma Protestante, una miriada de
sectas y cultos emergieron predicando el apocalipsis, y muchas predicciones que
perturbaron aun a otros disidentes. Los Anabautistas derivaron su nombre del
Latin por “uno que bautiza otra vez,” y rechazaron toda forma de organización política
y jerarquía social a favor de una comunidad teocrática idealizada. Por ejemplo
el anabautista Jan Bockelson, se declaro a si mismo el “mesias de los últimos días,”
y tomó muchas esposas, e hizo la vida de todos en el pueblo de Leyden una
existencia miserable. Esto es solo uno de los cientos de ejemplos de las
practica “profeticas” y de “revelación” espiritual de estos individuos y grupos
Anabautistas. Otro alegaban haber recibido “mensajes” espirituales del Espíritu
Santo y creaban confusión entre el pueblo Alemán y otras ciudades. Esta fue la situación
social y religiosa que vivió Calvino y
experimento en primera mano las
extravagancias de estos grupos. Este contexto nos ayudara a entender la introducción
del capítulo nueve de sus Instituciones. Curiosamente, a pesar que fue escrito
en el siglo 16, es relevante para nuestros días en donde la explosión de sectas
evangélicas-Pentecostales-Carismáticas se ha diseminado en toda Latinoamérica.
CALVINO SOBRE LOS
"CARISMATICOS Y PENTECOSTALES" DE SU TIEMPO: ANABAUTISTAS
El fanatismo el cual distrae la Escritura, bajo la pretension de recurrir a revelaciones inmediatas es subversivo a cada principio del Cristianismo. Pues cuando ellos se jactan extravagantemente del Espíritu es siempre para enterrar la Palabra de Dios para que ellos puedan tener espacio para sus propias falsedades. Las personas quienes abandonan las Escrituras se imaginan así mismas alguna otra forma de acercarse a Dios deben de considerarse no tanto como engañadas por el error pero realmente por la histeria.
Pues allí se han levantado últimamente algunos hombres inconstantes quienes pretendiendo arrogantemente ser enseñados por el Espíritu rechazan toda lectura y desvían la simplicidad de aquellos quienes escuchan a lo que ellos llaman la “letra muerta que mata.”
Pero yo les preguntaría cual es espíritu es por cuya inspiración ellos son llevados a tal sublimidad como para atreverse a despreciar la doctrina de la Escritura como pueril y vulgar.
Pues si ellos responden lo que es el Espíritu de Cristo cuan ridículo es tal a seguranza pues ellos estarían de acuerdo en que los apóstoles de Cristo y otros creyentes de la iglesia primitiva fueron iluminados por nadie más sino por el Espíritu de Cristo.
Pero ahora, nadie de ellos aprendió de El el condenar
la palabra Divina, sino al contrario, llenos con gran reverencia por la palabra
así como sus escritos dan abundante testimonio.
Esto ha sido predicho por la
boca de Isaías, pues donde dice: “El Espíritu que esta sobre ti, y mis palabras
que puse en tu boca, no se apartaran de tu boca ni de la boca de tu semilla
para siempre.” (Isa. 49:21). El no limita a su gente bajo la dispensación antigua
de la letra como si ellos fueran niños aprendiendo a leer, pero les declara que
es la verdadera y completa felicidad de la nueva Iglesia bajo el reinado de
Cristo para ser gobernadas por la palabra de Dios así como por su Espíritu.
También quería preguntarles otra pregunta si ellos han recibido un espíritu diferente del que Dios ha prometido a sus discípulos. Tan grande como es su locura, no creo que sean tanto en su fanatismo como para que se jacten. Ahora bien, cuando él prometió, ¿cómo dijo que había de ser su Espíritu? uno que no hablaría por sí mismo, sino que sugeriría e inspiraría en la mente de los apóstoles lo que Él con oralmente les había enseñado (Jn. 16,13).
Por tanto el Espíritu Santo que se nos ha prometido a nosotros
no es fingido o inventor de nuevas
revelaciones nunca oídas o forma un nuevo género de doctrina, con la cual nos
seduce de la enseñanza del Evangelio, sino que le compete al Espíritu de Cristo
el sellar y fortalecer en nuestros corazones con aquella misma doctrina que el
Evangelio nos enseña.
FUENTE: "Los Institutos" Libro 1, Capitulo
9, Dr. John Calvin (1509-1564)
Por Caesar Arevalo
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